Amanece el día radiante e invitándonos a recorrer el ultimo tramo de la peregrinación.
Cogemos la calle Tenor Garcia Guirao y tras avandonarla llegamos al puente de madera sobre el Rio Benamor y donde se nos hace referencia a la leyenda de la Encantada.
En este rio aguas arriba existe una cueva donde se cuenta y se escenifica dicha leyenda y que narra:
EL COLLAR DE LA ENCANTADA:
En la Murcia visigoda vivía una joven condesa llamada
Ordelina, prometida desde niña al noble Sigiberto según los dictados de su
padre. Sucedió que el padre de la doncella murió poco antes de que se celebrase
la boda, con lo que la heredera, viéndose libre del compromiso contraído con
Sigiberto, decidió casarse con su rival. La ceremonia se celebró la víspera de
San Juan, aún recientes los funerales del padre.
Y estaban a punto de consumar la unión en esa noche mágica cuando el espíritu furioso del padre se les apareció, y reprochándole a su hija la traición y la impaciencia para celebrar su boda, arrancó su alma del cuerpo en brazos de su esposo, quien se encontró abrazando a un cadáver. El alma encantada de la doncella fue recluida, junto con sus joyas y sus pertenencias, al lugar conocido como Benamor, en una caverna escondida tras un peñasco de donde solo podría salir unas horas, siempre en la noche de San Juan. Y ahí la dejó, custodiada por un enorme esclavo fantasmal.
Durante muchas generaciones, siempre hubo alguien que decía haberla visto deambular por los alrededores de su cárcel eterna, como un espectro que se paseaba cubierto de joyas, arrullado por el murmullo del agua que manaba de una fuente cercana, siempre en la noche de San Juan, siempre desapareciendo apenas llegaban las primeras luces del alba. Y aunque el espectro jamás mostró animosidad hacia nadie, pocos se atrevían a acercarse al lugar maldito. Pasaron años, siglos, conquistadores que iban y se marchaban de Murcia. Y así, cuentan que en el siglo XV de nuevo otra joven de singular belleza habitó las cercanías de Benamor. Hija del comendador de la villa, siendo tan hermosa como era, no eran pocos sus pretendientes, a los que ella no tomaba demasiado en serio y con los que jugaba, caprichosa y consciente de sus encantos.
El más constante de ellos, don Pedro López de Villora, decidió poco antes de San Juan pedirle que definiera de una vez sus intenciones. Y ella no tuvo mejor idea que pedirle que le trajera el collar de perlas que se decía que lucía el espíritu de la dama de Benamor cuando paseaba las noches de San Juan, en prueba de su amor.
Pero don Pedro era un valiente guerrero, que no podía amedrentarse y mucho menos tratándose del espíritu de una doncella que, a buen seguro, ningún daño podía hacerle. Así que acudió en la fecha señalada a los alrededores de la cueva maldita, de donde, en efecto, vio salir casi flotando a una dama pálida, lánguida... aunque sin la joya preciada en su cuello. Se acercó entonces a ella y le habló de cómo necesitaba su collar para alcanzar el amor soñado, mientras la muchacha espectral le miraba, entre divertida, entristecida y sorprendida por la valentía -y la impertinencia- del muchacho.
Habiendo escuchado la historia, ella volvió sobre sus pasos y entró en la cueva seguida del caballero, descendieron por unas escalinatas labradas en la misma piedra y llegaron a una puerta que la mujer golpeó suavemente.
La abrió el fantasma negro que llevaba guardando a la mujer todos estos años, pero se mantuvo quieto, a la espera. Y mientras don Pedro empezaba a sudar y a temblar ante la presencia del peligroso ser con el que no había contado, la mujer entró en la sala, abrió un cofre y sacó de él el collar que le había pedido, dejándolo en sus manos. Pero entonces el guardián espectral susurró con una voz gélida que parecía introducirse directamente en uno, más allá de los huesos, que nada de cuanto en ese lugar se hallaba podría volver jamás al mundo de los vivos.
Don Pedro, nervioso y frustrado por estar tan cerca de su objetivo, lanzó una estocada con su espada al lugar donde debiera haberse encontrado el corazón de la figura... para verse envuelto al instante en una nube oscura de humo que le asfixiaba. Lo último que oyó fue el llanto suave de la mujer espectral.
A la mañana siguiente unos pastores encontraron el cuerpo del joven enamorado muerto y sin ninguna señal de violencia, y lo llevaron al pueblo. Y nuestra caprichosa protagonista, sabiéndose responsable de haber llevado a la muerte a don Pedro, quedó al instante muda de por vida.
Cuentan aún que en la noche de San Juan sigue paseándose la dama de Benamor... pero hace tiempo ya que nadie ha vuelto a intentar hacerse con ninguno de los tesoros que se ocultan en su morada. Saben que son solo para el disfrute de los muertos.
Y estaban a punto de consumar la unión en esa noche mágica cuando el espíritu furioso del padre se les apareció, y reprochándole a su hija la traición y la impaciencia para celebrar su boda, arrancó su alma del cuerpo en brazos de su esposo, quien se encontró abrazando a un cadáver. El alma encantada de la doncella fue recluida, junto con sus joyas y sus pertenencias, al lugar conocido como Benamor, en una caverna escondida tras un peñasco de donde solo podría salir unas horas, siempre en la noche de San Juan. Y ahí la dejó, custodiada por un enorme esclavo fantasmal.
Durante muchas generaciones, siempre hubo alguien que decía haberla visto deambular por los alrededores de su cárcel eterna, como un espectro que se paseaba cubierto de joyas, arrullado por el murmullo del agua que manaba de una fuente cercana, siempre en la noche de San Juan, siempre desapareciendo apenas llegaban las primeras luces del alba. Y aunque el espectro jamás mostró animosidad hacia nadie, pocos se atrevían a acercarse al lugar maldito. Pasaron años, siglos, conquistadores que iban y se marchaban de Murcia. Y así, cuentan que en el siglo XV de nuevo otra joven de singular belleza habitó las cercanías de Benamor. Hija del comendador de la villa, siendo tan hermosa como era, no eran pocos sus pretendientes, a los que ella no tomaba demasiado en serio y con los que jugaba, caprichosa y consciente de sus encantos.
El más constante de ellos, don Pedro López de Villora, decidió poco antes de San Juan pedirle que definiera de una vez sus intenciones. Y ella no tuvo mejor idea que pedirle que le trajera el collar de perlas que se decía que lucía el espíritu de la dama de Benamor cuando paseaba las noches de San Juan, en prueba de su amor.
Pero don Pedro era un valiente guerrero, que no podía amedrentarse y mucho menos tratándose del espíritu de una doncella que, a buen seguro, ningún daño podía hacerle. Así que acudió en la fecha señalada a los alrededores de la cueva maldita, de donde, en efecto, vio salir casi flotando a una dama pálida, lánguida... aunque sin la joya preciada en su cuello. Se acercó entonces a ella y le habló de cómo necesitaba su collar para alcanzar el amor soñado, mientras la muchacha espectral le miraba, entre divertida, entristecida y sorprendida por la valentía -y la impertinencia- del muchacho.
Habiendo escuchado la historia, ella volvió sobre sus pasos y entró en la cueva seguida del caballero, descendieron por unas escalinatas labradas en la misma piedra y llegaron a una puerta que la mujer golpeó suavemente.
La abrió el fantasma negro que llevaba guardando a la mujer todos estos años, pero se mantuvo quieto, a la espera. Y mientras don Pedro empezaba a sudar y a temblar ante la presencia del peligroso ser con el que no había contado, la mujer entró en la sala, abrió un cofre y sacó de él el collar que le había pedido, dejándolo en sus manos. Pero entonces el guardián espectral susurró con una voz gélida que parecía introducirse directamente en uno, más allá de los huesos, que nada de cuanto en ese lugar se hallaba podría volver jamás al mundo de los vivos.
Don Pedro, nervioso y frustrado por estar tan cerca de su objetivo, lanzó una estocada con su espada al lugar donde debiera haberse encontrado el corazón de la figura... para verse envuelto al instante en una nube oscura de humo que le asfixiaba. Lo último que oyó fue el llanto suave de la mujer espectral.
A la mañana siguiente unos pastores encontraron el cuerpo del joven enamorado muerto y sin ninguna señal de violencia, y lo llevaron al pueblo. Y nuestra caprichosa protagonista, sabiéndose responsable de haber llevado a la muerte a don Pedro, quedó al instante muda de por vida.
Cuentan aún que en la noche de San Juan sigue paseándose la dama de Benamor... pero hace tiempo ya que nadie ha vuelto a intentar hacerse con ninguno de los tesoros que se ocultan en su morada. Saben que son solo para el disfrute de los muertos.
Tras la foto de grupo avanzamos por el GR 7.1 hasta el ecoparque de Moratalla.
Este se interrumpe varias veces al atravesar varias pinadas, en una de esta aprovechamos para desayunar.
Seguimos avanzando para atravesar otra bonita pinada situada en el Barranco de los Barraquillos.
Durante varios kilómetros continuamos la conducción del Taibilla hasta llegar a la caseta del canal ubicada junto a un camino asfaltado y situada en el Paraje El Barraquillo.
Cruzamos la carretera y cogemos un camino con una pequeña pendiente y llegamos a la Cuesta Pedregosa donde poco mas arriba y en la intersección con otro camino llegamos al limite de los términos municipales y avandonamos el de Moratalla y nos introducimos en el de Caravaca.
Ahora un pequeño descenso hasta Cuesta Colorada y donde avanzamos por un camino paralelo a la carretera B-36 hasta llegar al punto donde tenemos que atravesarla bajo un puente.
Mas adelante abandonamos la senda para descender hasta el fondo del Barranco de las Peñuelas donde salvamos el acueducto.
Pasadas estas en un cruce caminos giramos por la izquierda y avanzaremos por un cómodo camino envuelto en una bonita pinada y que nos dejara en las instalaciones del sifón del Taibilla.
Giramos a la derecha por un camino de asfalto y que posteriormente se convierte en tierra y bajo el existe otra conducción de agua que llega al deposito que abastece a Caravaca.
A la altura del Club Hípico giramos a la derecha por un camino y que poco mas adelante tomaremos otro a la izquierda.
Comenzamos aquí una fuerte subida hasta el Deposito.
Edificio
del siglo XVII, de planta cuadrada. Es una
de las 14 ermitas que formaban parte del Vía Crucis.
Edificada en
sillería y dispuesta sobre una extensión de terreno considerable, está cubierta
por bóveda hormigonada de cal. Es de planta rectangular y cubierta a cuatro
aguas cuyas lomeras descansan sobre una amplia cornisa. La fachada que da
nombre al edificio, tiene una gran reja de hierro forjado, a manera
de ventana que es su única decoración.Sobre la reja puede verse una lápida que
contiene los nombres de quienes la mandaron construir: D. Fco. Muñoz de Otalora
y Dña. Catalina López. En el interior solo se encuentra una sólida mesa de
altar.
Su
ubicación, sobre el monte conocido como “El Calvario”, constituye un
punto privilegiado para una visión general de la ciudad. Su vista panorámica
tanto de la ciudad como de la zona de montaña es una de las más atractivas de
Caravaca da la cruz.
Ahora toca un como descenso por las calles de Caravaca y donde poco mas adelante haremos una parada para ver la fachada de la plaza de toros.
Construida
en la segunda mitad del siglo XIX sobre el monasterio franciscano de Santa
María de Gracia, una vez que éste fue abandonado tras la desamortización de
Mendizábal.
Inaugurada
el 28 de septiembre de 1880. En la rehabilitación de 1926 se erige la
monumental fachada neomudéjar que tanta impresión causa actualmente.
Entre 1995 y 1999, el inmueble fue objeto de un proceso de rehabilitación.
LONGITUD: 17.000 mts DIFICULTAD: BAJA-MEDIA DURACIÓN: 5:30 horas
Y para celebrarlo nos dirigimos a la ciudad de Mula y en concreto al Restaurante el Hogar para realizar una comida como finalizacion de la Peregrinación.
Gracias a Fernando y su equipo por su atención y su maravillosa cocina.
Fotógrafos-as: Marta, Pilar, Mari Carmen,
Documentacion obtenida de: Regmurcia y elmausoleo.jimdo.com
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